Noviembre en el Castañar de Valdejetas

Repasando las entradas del blog casi no me lo podía creer cuando me di cuenta que aún no había subido ni una triste foto del castañar de Valdejetas. ¡Sacrilegio! Bueno, quizá es porque no es un sitio que frecuente a menudo, pero lo cierto es acudo con periodicidad anual, fiel a la cita desde hace tres o cuatro noviembres.

Como podéis comprobar, es un sitio absolutamente mágico, al menos para los que vivimos habitualmente rodeados de pinos, encinas y alcornoques. Y si bien es bonito todo el año, hay que rendirse ante los colores que muestra en otoño. Yo ya le tengo cogido el punto, y suele ser a mediados de noviembre.

Pero claro, no todos los noviembres son iguales. El año pasado, por ejemplo, tuvimos un otoño muy lluvioso, más frío y con mucho viento los primeros días de noviembre. El resultado fue que cuando llegamos al castañar quedaban pocas hojas en los árboles, y las que quedaban eran de unos preciosos tonos marrón rojizo.

Este año sin embargo el clima está siendo más benigno, lo que ha provocado que la hoja aún no esté tan marchita, y que se entremezclen los tonos amarillos con los verdes… Se nota perfectamente en las tonalidades de las fotos.

A ver si me acuerdo y otro día hago una actualización de la entrada con fotos del año pasado, para que podáis comparar 🙂

Como acabamos pronto nuestro paseo por Valdejetas, en el camino de vuelta decidimos hacer una parada en los Baños de Popea (otro sitio mágico del que ya hemos hablado en un par de ocasiones: aquí y aquí).

Nada nuevo que añadir, salvo que, como veréis en la última foto, ESTÁ TODO LLENO DE BASURA.

Qué asco. Y os puedo asegurar que eso no es lo peor que hemos visto… Hace cosa como de un mes, que fue la última vez que estuve, aquello parecía la feria. Lleno de gente. Lo cual no me parecería mal… siempre que lo dejaran todo tal y como se lo habían encontrado. A ver qué os parece esto: pasamos por un claro del bosque donde tenían montada una carpa, y como veinte personas debajo, haciendo su perol (picnic en cordobés). Y un poco más adelante, otras treinta personas de perol (creo que no exagero), y siguiendo aguas arriba el río Guadiato, un par de grupos más. Hasta ahí bien. El problema es que, a la vuelta, la gente se había ido. Pero no su basura (o al menos, no la de dos o tres de los grupos). ¿Y sabéis qué es lo más gracioso? Que la habían dejado RECOGIDA, metida en sus bolsas; cerradas y todo. ¡Y SE HABÍAN DEJADO ALLÍ LAS BOLSAS! En medio del bosque. No sé, supongo que esperarían que las recogieran David el gnomo y su mujer.

En fin. Me enciende este tema. Mi único consuelo es esperar que la basura dure allí el tiempo suficiente como para que los desalmados estos vuelvan por la zona, vean el estercolero en el que la han convertido, y empiecen a tomar un poco de conciencia ecológica.

«El Unicornio». O «Estampa moña».

Reconozco que soy pelín hortera para estas cosas, pero me encanta la estampa que os acabo de enseñar sobre estas líneas. Iba conduciendo solo camino de «Las Jaras», la urbanización que hay en la sierra de Córdoba en torno al llamado «Lago de la Encantada». Poco antes de llegar, al fondo de una de las curvas de la carretera se divisa un pequeño castañar a la vera de un camino terrizo; camino que, desde la calzada, se adentra en la sierra. Normalmente es una imagen bonita, pero aquella tarde fue algo más que eso.

Esta vez había un par de potros pastando entre los árboles. Uno de ellos era completamente blanco, y la luz rasante del sol de la tarde recortaba su figura sobre una pequeña loma de hierba en sombra, ofreciendo una visión que más tenía en común con el imaginario de la mitología nórdica que con el propio de estas tierras.

Me aparté a un lado de la carretera y me quedé un rato contemplando la escena. Y, cómo no, me decidí a sacar esta foto, gracias a la cámara que casi siempre llevo encima. ¡Nunca se sabe cuándo puede uno encontrar un unicornio en un recodo del camino, paciendo en el bosque!